22 de junio de 2016

VISITA DE DELGADO APARAIN

  A TODOS MIS ALUMNOS: en ocasión de la visita del escritor MARIO DELGADO APARAIN a nuestro liceo en el mes de julio estoy invitando a todos mis grupos (4°7, 5° C, 6°D 6° E, 6°FM MD) a leer parte de su obra para que realmente se produzca un intercambio entre el escritor y nosotros. Cada grupo dispone de una copia de la novela LA BALADA DE JOHNNY SOSA  que deben ir pasando de alumno en alumno y en biblioteca dejé un libro de mi pertenencia UN MUNDO DE CUENTOS que reúne todos los cuentos del autor, incluso el que estamos estudiando en 4° Terribles ojos verdes pero pueden leer cualquiera de ellos.
Hagamos entre todos que sea una instancia enriquecedora y de verdadero intercambio.
Mañana jueves envio la novela a 6°E y el viernes en persona la entrego a mis 6° de la tarde.
Giovanna

16 de junio de 2016

PROPUESTA DE PRODUCCIÓN ESCRITA SOBRE LAS CUITAS DEJOVEN WERTHER


PRODUCCION ESCRITA SOBRE PRE ROMANTICISMO Y “LAS CUITAS DEL JOVEN WERTHER” 
 
Elabora un tema de análisis desarrollando los siguientes temas abordados y trabajando con el texto.
Concepto de pre romanticismo.
Ubicación de Goethe en el pre romanticismo alemán. El Sturn und Drang.
Estudio del título de la obra. Género literario de la misma. Forma adoptada por la novela.
Estudio de las palabras Al lector.
Carta del 4 de mayo: comienzo de su relación epistolar con Guillermo. El deseo del viaje. La vida de Werther en su pueblo natal. Primeras reflexiones sobre el lugar. (Pueblo ficticio)
La sensibilidad del personaje de Werther a través de la carta del 10 de mayo. Correspondencia entre su estado anímico y la naturaleza. Selección de citas ilustrativas. Su proximidad con el arte.
La singularidad del personaje de Werther.
La visión de la naturaleza en la carta del 26 de mayo.
Werther y su reflexión sobre las reglas.
El tratamiento de la mujer a partir del fragmento correspondiente a la carta del 16 de junio:
Difícil sería contarte de una manera ordenada cómo he llegado a conocer a una criatura tan angelical. Estoy contento, soy feliz y por lo mismo no puedo ser un fiel historiador.
¡Un ángel! ¡Pchi! ¿No es verdad que todos dicen lo mismo? No estoy verdaderamente en situación de explicarte el cómo y el porqué es tan perfecta. ¡Bastará conque te diga que ha satisfecho todas mis aspiraciones! ¡Cuanta ingenuidad en medio de su talento! ¡Cuánta bondad unida a su enérgico carácter. ¡Cuánta tranquilidad dentro de su vivacidad! Todo cuanto te digo no son más que palabras vagas, frías abstracciones que no dan a conocer ni uno solo de sus rasgos...
Remite a la carta del 1 8de julio donde Werther retoma el tema del amor y señala qué recursos del lenguaje utiliza para describir a Charlote.
Estudio del fragmento Del editor al lector: analiza la labor del editor en la obra en relación a la estructura de la misma.

Mucho me hubiese alegrado de que nos quedasen sobre los últimos días de nuestro desgraciado amigo, bastantes detalles escritor de su propia mano, para no verme obligado a interrumpir la serie de sus cartas con esta relación.
Me he dedicado a recoger los datos más exactos de la boca misma de los que podían estar mejor informados respecto a su historia, y todas las relaciones están acordes hasta en sus menores circunstancias. No he encontrado divididas las opiniones más que acerca de la manera de jugar los caracteres y sentimientos de las personajes que han desempeñado aquí algún papel. Sólo nos falta referir fielmente todo cuanto nos han enseñando nuestras continuas investigaciones, incluyendo en la relación las cartas que nos quedas de aquel que ya no existe, no omitiendo ni el más pequeño de los papeles que se han conservado. “


5° Científico. Canto I La Ilíada.


                                                                    CANTO I 

1 Canta, oh diosa, la cólera del Pelida aquiles; cólera fu­nesta que causó infinitos males a los aqueos y precipitó al Hades muchas almas valerosas de héroes,
 a quienes hizo pre­sa de perros y pasto de aves  cumplíase la voluntad de Zeus  desde que se separaron disputando el Atrida, rey de hombres, y el divino Aquiles.
8 ¿Cuál de los dioses promovió entre ellos la contienda para que pelearan? El hijo de Leto y de Zeus. Airado con el rey, suscitó en el ejército maligna peste, y los hombres pe­recían por el ultraje que el Atrida infiriera al sacerdote Crises. Éste, deseando redimir a su hija, se había presentado en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apolo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos, así les suplicaba:
17  ¡Atridas y demás aqueos de hermosas grebas! Los dio­ses, que poseen olímpicos palacios, os permitan destruir la ciudad de Príamo y regresar felizmente a la patria! Poned en libertad a mi hija y recibid el rescate, venerando al hijo de Zeus, a Apolo, el que hiere de lejos.
22 Todos los aqueos aprobaron a voces que se respetara al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atri­da Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, le despidió de mal modo y con altaneras voces:
26  No dé yo contigo, anciano, cerca de las cóncavas na­ves, ya porque ahora demores tu partida, ya porque vuelvas luego, pues quizás no te valgan el cetro y las ínfulas del dios. A aquélla no la soltaré; antes le sobrevendrá la vejez en mi casa, en Argos, lejos de su patria, trabajando en el telar y ade­rezando mi lecho. Pero vete; no me irrites, para que puedas irte más sano y salvo.
33 Así dijo. El anciano sintió temor y obedeció el manda­to. Fuese en silencio por la orilla del estruendoso mar; y, mientras se alejaba, dirigía muchos ruegos al soberano Apo­lo, a quien parió Leto, la de hermosa cabellera:
37  ¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Crisa y a la divina Cila, a imperas en Ténedos poderosamente! ¡Oh Esminteo! Si alguna vez adorné tu gracioso templo o quemé en tu honor pingües muslos de toros o de cabras, cúmpleme este voto: ¡Paguen los dánaos mis lágrimas con tus flechas!
43 Así dijo rogando. Oyóle Febo Apolo e, irritado en su corazón, descendió de las cumbres del Olimpo con el arco y el cerrado carcaj en los hombros; las saetas resonaron so­bre la espalda del enojado dios, cuando comenzó a mover­se. Iba parecido a la noche. Sentóse lejos de las naves, tiró una flecha y el arco de plata dio un terrible chasquido. Al principio el dios disparaba contra los mulos y los ágiles pe­rros; mas luego dirigió sus amargas saetas a los hombres, y continuamente ardían muchas piras de cadáveres.
53 Durante nueve días volaron por el ejército las flechas del dios. En el décimo, Aquiles convocó al pueblo al ágora: se lo puso en el corazón Hera, la diosa de los níveos brazos, que se interesaba por los dánaos, a quienes veía morir. Acu­dieron éstos y, una vez reunidos, Aquiles, el de los pies li­geros, se levantó y dijo:
59  ¡Atrida! Creo que tendremos que volver atrás, yendo otra vez errantes, si escapamos de la muerte; pues, si no, la guerra y la peste unidas acabarán con los aqueos. Mas, ea, consulte­mos a un adivino, sacerdote o intérprete de sueños  pues tam­bién el sueño procede de Zeus , para que nos diga por qué se irritó tanto Febo Apolo: si está quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, y si quemando en su obsequio grasa de cor­deros y de cabras escogidas, querrá libramos de la peste.
68 Cuando así hubo hablado, se sentó. Levantóse entre ellos Calcante Testórida, el mejor de los augures  conocía lo presente, lo futuro y lo pasado, y había guiado las naves aqueas hasta Ilio por medio del arte adivinatoria que le die­ra Febo Apolo , y benévolo los arengó diciendo:
74  ¡Oh Aquiles, caro a Zeus! Mándasme explicar la cóle­ra de Apolo, del dios que hiere de lejos. Pues bien, hablaré; pero antes declara y jura que estás pronto a defenderme de palabra y de obra, pues temo irritar a un varón que goza de gran poder entre los argivos todos y es obedecido por los aqueos. Un rey es más poderoso que el inferior contra quien se enoja; y, si bien en el mismo día refrena su ira, guarda lue­go rencor hasta que logra ejecutarlo en el pecho de aquél. Dime, pues, si me salvarás.
84 Y contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
85  Manifiesta, deponiendo todo temor, el vaticinio que sabes; pues ¡por Apolo, caro a Zeus; a quien tú, Calcante, in­vocas siempre que revelas oráculos a los dánaos!, ninguno de ellos pondrá en ti sus pesadas manos, cerca de las cón­cavas naves, mientras yo viva y vea la luz acá en la tierra, aunque hablares de Agamenón, que al presente se jacta de ser en mucho el más poderoso de todos los aqueos.
92 Entonces cobró ánimo y dijo el eximio vate:
93  No está el dios quejoso con motivo de algún voto o hecatombe, sino a causa del ultraje que Agamenón ha inferi­do al sacerdote, a quien no devolvió la hija ni admitió el res­cate. Por esto el que hiere de lejos nos causó males y todavía nos causará otros. Y no librará a los dánaos de la odiosa pes­te, hasta que sea restituida a su padre, sin premio ni rescate, la joven de ojos vivos, y llevemos a Crisa una sagrada heca­tombe. Cuando así le hayamos aplacado, renacerá nuestra es­peranza.
101 Dichas estas palabras, se sentó. Levantóse al punto el poderoso héroe Agamenón Atrida, afligido, con las negras en­trañas llenas de cólera y los ojos parecidos al relumbrante fue­go; y, encarando a Calcante la torva vista, exclamó:
106 ¡Adivino de males! jamás me has anunciado nada gra­to. Siempre te complaces en profetizar desgracias y nunca di­jiste ni ejecutaste nada bueno. Y ahora, vaticinando ante los dánaos, afirmas que el que hiere de lejos les envía calami­dades, porque no quise admitir el espléndido rescate de la joven Criseide, a quien anhelaba tener en mi casa. La prefie­ro, ciertamente, a Clitemnestra, mi legítima esposa, porque no le es inferior ni en el talle, ni en el natural, ni en inteli­gencia, ni en destreza. Pero, aun así y todo, consiento en de­volverla, si esto es lo mejor; quiero que el pueblo se salve, no que perezca. Pero preparadme pronto otra recompensa, para que no sea yo el único argivo que sin ella se quede; lo cual no parecería decoroso. Ved todos que se va a otra par­te la que me había correspondido.
121 Replicóle en seguida el celerípede divino Aquiles:
122  ¡Atrida gloriosísimo, el más codicioso de todos! ¿Cómo pueden darte otra recompensa los magnánimos aqueos? No sabemos que existan en parte alguna cosas de la comunidad, pues las del saqueo de las ciudades están repartidas, y no es conveniente obligar a los hombres a que nuevamente las jun­ten. Entrega ahora esa joven al dios, y los aqueos te pagare­mos el triple o el cuádruple, si Zeus nos permite algún día tomar la bien murada ciudad de Troya.
130 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
131 Aunque seas valiente, deiforme Aquiles, no ocultes así tu pensamiento, pues no podrás burlarme ni persuadirme. ¿Acaso quieres, para conservar tu recompensa, que me que­de sin la mía, y por esto me aconsejas que la devuelva? Pues, si los magnánimos aqueos me dan otra conforme a mi deseo para que sea equivalente... Y si no me la dieren, yo mismo me apoderaré de la tuya o de la de Ayante, o me llevaré la de Ulises, y montará en cólera aquél a quien me llegue. Mas so­bre esto deliberaremos otro día. Ahora, ea, echemos una ne­gra nave al mar divino, reunamos los convenientes remeros, embarquemos víctimas para una hecatombe y a la misma Cri­seide, la de hermosas mejillas, y sea capitán cualquiera de los jefes: Ayante, Idomeneo, el divino Ulises o tú, Pelida, el más portentoso de todos los hombres, para que nos aplaques con sacrificios al que hiere de lejos.
148 Mirándolo con torva faz, exclamó Aquiles, el de los pies ligeros:
149  ¡Ah, impudente y codicioso! ¿Cómo puede estar dis­puesto a obedecer tus órdenes ni un aqueo siquiera, para emprender la marcha o para combatir valerosamente con otros hombres? No he venido a pelear obligado por los be­licosos troyanos, pues en nada se me hicieron culpables  no se llevaron nunca mis vacas ni mis caballos, ni destruyeron jamás la cosecha en la fértil Ftía, criadora de hombres, por­que muchas umbrías montañas y el ruidoso mar nos sepa­ran , sino que te seguimos a ti, grandísimo insolente, para darte el gusto de vengaros de los troyanos a Menelao y a ti, ojos de perro. No fijás en esto la atención, ni por ello te to­mas ningún cuidado, y aun me amenazas con quitarme la recompensa que por mis grandes fatigas me dieron los aqueos. Jamás el botín que obtengo iguala al tuyo cuando éstos entran a saco una populosa ciudad de los troyanos: aunque la parte más pesada de la impetuosa guerra la sos­tienen mis manos, tu recompensa, al hacerse el reparto, es mucho mayor; y yo vuelvo a mis naves, teniéndola peque­ña, aunque grata, después de haberme cansado en el com­bate. Ahora me iré a Ftía, pues lo mejor es regresar a la patria en las cóncavas naves: no pienso permanecer aquí sin hon­ra para procurarte ganancia y riqueza.
172 Contestó en seguida el rey de hombres, Agamenón:
173  Huye, pues, si tu ánimo a ello te incita; no te ruego que por mí te quedes; otros hay a mi lado que me honrarán, y especialmente el próvido Zeus. Me eres más odioso que ningún otro de los reyes, alumnos de Zeus, porque siempre te han gustado las riñas, luchas y peleas. Si es grande tu fuer­za, un dios te la dio. Vete a la patria, llevándote las naves y los compañeros, y reina sobre los mirmidones, no me im­porta que estés irritado, ni por ello me preocupo, pero te haré una amenaza: Puesto que Febo Apolo me quita a Criseide, la mandaré en mi nave con mis amigos; y encaminándome yo mismo a tu tienda, me llevaré a Briseide, la de hermosas mejillas, tu recompensa, para que sepas bien cuánto más po­deroso soy y otro tema decir que es mi igual y compararse conmigo.
188 Así dijo. Acongojóse el Pelida, y dentro del velludo pe­cho su corazón discurrió dos cosas: o, desnudando la aguda espada que llevaba junto al muslo, abrirse paso y matar al Atrida, o calmar su cólera y reprimir su furor. Mientras tales pensamientos revolvía en su mente y en su corazón y saca­ba de la vaina la gran espada, vino Atenea del cielo: envióla Hera, la diosa de los níveos brazos, que amaba cordialmen­te a entrambos y por ellos se interesaba. Púsose detrás del Pelida y le tiró de la blonda cabellera, apareciéndose a él tan sólo; de los demás, ninguno la veía. Aquiles, sorprendido, vol­vióse y al instante conoció a Palas Atenea, cuyos ojos cente­lleaban de un modo terrible. Y hablando con ella, pronunció estas aladas palabras:
202 ¿Por qué nuevamente, oh hija de Zeus, que lleva la égida, has venido? ¿Acaso para presenciar el ultraje que me infiere Agamenón Atrida? Pues te diré lo que me figuro que va a ocurrir: Por su insolencia perderá pronto la vida.
206 Díjole a su vez Atenea, la diosa de ojos de lechuza:
207 Vengo del cielo para apaciguar tu cólera, si obede­cieres; y me envía Hera, la diosa de los níveos brazos, que os ama cordialmente a entrambos y por vosotros se interesa. Ea, cesa de disputar, no desenvaines la espada a injúrialo de palabra como te parezca. Lo que voy a decir se cumplirá: Por este ultraje se te ofrecerán un día triples y espléndidos pre­sentes. Domínate y obedécenos.
213 Y, contestándole, Aquiles, el de los pies ligeros, le dijo:
216  Preciso es, oh diosa, hacer lo que mandáis, aunque el corazón esté muy irritado. Proceder así es lo mejor. Quien a los dioses obedece es por ellos muy atendido.
219 Dijo; y puesta la robusta mano en el argénteo puño, envainó la enorme espada y no desobedeció la orden de Ate­nea. La diosa regresó al Olimpo, al palacio en que mora Zeus, que lleva la égida, entre las demás deidades.
223 El Pelida, no amainando en su cólera, denostó nueva­mente al Atrida con injuriosas voces:
225  ¡Ebrioso, que tienes ojos de perro y corazón de cier­vo! Jamás te atreviste a tomar las armas con la gente del pue­blo para combatir, ni a ponerte en emboscada con los más valientes aqueos: ambas cosas te parecen la muerte. Es, sin duda, mucho mejor arrebatar los dones, en el vasto campa­mento de los aqueos, a quien te contradiga. Rey devorador de tu pueblo, porque mandas a hombres abyectos...; en otro caso, Atrida, éste fuera tu último ultraje. Otra cosa voy a de­cirte y sobre ella prestaré un gran juramento: Sí, por este ce­tro que ya no producirá hojas ni ramos, pues dejó el tronco en la montaña; ni reverdecerá, porque el bronce lo despojó de las hojas y de la corteza, y ahora lo empuñan los aqueos que administran justicia y guardan las leyes de Zeus (gran­de será para ti este juramento): algún día los aqueos todos echarán de menos a Aquiles, y tú, aunque te aflijas, no po­drás socorrerlos cuando muchos sucumban y perezcan a ma­nos de Héctor, matador de hombres. Entonces desgarrarás tu corazón, pesaroso por no haber honrado al mejor de los aqueos.
245 Así dijo el Pelida; y, tirando a tierra el cetro tachonado con clavos de oro, tomó asiento. El Atrida, en el opuesto lado, iba enfureciéndose. Pero levantóse Néstor, suave en el hablar, elocuente orador de los pilios, de cuya boca las palabras fluí­an más dulces que la miel  había visto perecer dos genera­ciones de hombres de voz articulada que nacieron y se criaron con él en la divina Pilos y reinaba sobre la tercera , y be­névolo los arengó diciendo:
254  ¡Oh dioses! ¡Qué motivo de pesar tan grande le ha llegado a la tierra aquea! Alegrananse Príamo y sus hijos, y regocijaríanse los demás troyanos en su corazón, si oyeran las palabras con que disputáis vosotros, los primeros de los dánaos así en el consejo como en el combate. Pero dejaos convencer, ya que ambos sois más jóvenes que yo. En otro tiempo traté con hombres aún más esforzados que vosotros, y jamás me desdeñaron. No he visto todavía ni veré hombres como Pirítoo, Driante, pastor de pueblos, Ceneo, Exadio, Po­lifemo, igual a un dios, y Teseo Egeida, que parecía un in­mortal. Criáronse éstos los más fuertes de los hombres; muy fuertes eran y con otros muy fuertes combatieron: con los montaraces centauros, a quienes exterminaron de un modo estupendo. Y yo estuve en su compañía  habiendo acudi­do desde Pilos, desde lejos, desde esa apartada tierra, por­que ellos mismos me llamaron  y combatí según mis fuerzas. Con tales hombres no pelearía ninguno de los mortales que hoy pueblan la tierra; no obstante lo cual, seguían mis con­sejos y escuchaban mis palabras. Prestadme también voso­tros obediencia, que es lo mejor que podéis hacer. Ni tú, aunque seas valiente, le quites la joven, sino déjasela, pues­to que se la dieron en recompensa los magnánimos aqueos; ni tú, Pelida, quieras altercar de igual a igual con el rey, pues jamás obtuvo honra como la suya ningún otro soberano que usara cetro y a quien Zeus diera gloria. Si tú eres más esfor­zado, es porque una diosa te dio a luz; pero éste es más po­deroso, porque reina sobre mayor número de hombres. Atrida, apacigua tu cólera; yo te suplico que depongas la ira contra Aquiles, que es para todos los aqueos un fuerte ante­mural en el pernicioso combate.
285 Y, contestándole, el rey Agamenón le dijo:
286  Sí, anciano, oportuno es cuanto acabas de decir. Pero este hombre quiere sobreponerse a todos los demás; a to­dos quiere dominar, a todos gobernar, a todos dar órdenes que alguien, creo, se negará a obedecer. Si los sempiternos dioses le hicieron belicoso, ¿le permiten por esto proferir in­jurias?
292 Interrumpiéndole, exclamó el divino Aquiles:
293  Cobarde y vil podría llamárseme si cediera en todo lo que dices; manda a otros, no me des órdenes, pues yo no pienso ya obedecerte. Otra cosa te diré que fijarás en la memoria: No he de combatir con estas manos por la joven ni contigo, ni con otro alguno, pues al fin me quitáis lo que me disteis; pero, de lo demás que tengo junto a mi negra y veloz embarcación, nada podrías llevarte tomándolo contra mi voluntad. Y si no, ea, inténtalo, para que éstos se ente­ren también; y presto tu negruzca sangre brotará en torno de mi lanza.
304 Después de altercar así con encontradas razones, se le­vantaron y disolvieron el ágora que cerca de las naves aque­as se celebraba. Fuese el Pelida hacia sus tiendas y sus bien proporcionados bajeles con el Menecíada y otros amigos; y el Atrida echó al mar una velera nave, escogió veinte reme­ros, cargó las víctimas de la hecatombe para el dios, y, con­duciendo a Criseide, la de hermosas mejillas, la embarcó también; fue capitán el ingenioso Ulises.
312 Así que se hubieron embarcado, empezaron a navegar por líquidos caminos. El Atrida mandó que los hombres se purificaran, y ellos hicieron lustraciones, echando al mar las impurezas, y sacrificaron junto a la orilla del estéril mar he­catombes perfectas de toros y de cabras en honor de Apolo. El vapor de la grasa llegaba al cielo, enroscándose alrededor del humo.
318 En tales cosas ocupábanse éstos en el ejército. Agame­nón no olvidó la amenaza que en la contienda había hecho a Aquiles, y dijo a Taltibio y Euríbates, sus heraldos y dili­gentes servidores:
322  Id a la tienda del Pelida Aquiles, y asiendo de la mano a Briseide, la de hermosas mejillas, traedla acá, y, si no os la diere, ire yo mismo a quitársela, con más gente, y todavía le será más duro.
326 Hablándoles de tal suerte y con altaneras voces, los des­pidió. Contra su voluntad fuéronse los heraldos por la orilla del estéril mar, llegaron a las tiendas y naves de los mirmi­dones, y hallaron al rey cerca de su tienda y de su negra nave. Aquiles, al verlos, no se alegró. Ellos se turbaron, y, habien­do hecho una reverencia, paráronse sin decir ni preguntar nada. Pero el héroe lo comprendió todo y dijo:
334  ¡Salud, heraldos, mensajeros de Zeus y de los hom­bres! Acercaos; pues para mí no sois vosotros los culpables sino Agamenón, que os envía por la joven Briseide. ¡Ea, Pa­troclo, del linaje de Zeus! Saca la joven y entrégasela para que se la lleven. Sed ambos testigos ante los bienaventura­dos dioses, ante los mortales hombres y ante ese rey cruel, si alguna vez tienen los demás necesidad de mí para librar­se de funestas calamidades porque él tiene el corazón po­seído de furor y no sabe pensar a la vez en lo futuro y en lo pasado, a fin de que los aqueos se salven combatiendo jun­to a las naves.
345 Así dijo. Patroclo, obedeciendo a su amigo, sacó de la tienda a Briseide, la de hermosas mejillas, y la entregó para que se la llevaran. Partieron los heraldos hacia las naves aqueas, y la mujer iba con ellos de mala gana. Aquiles rom­pió en llanto, alejóse de los compañeros, y, sentándose a ori­llas del blanquecino mar con los ojos clavados en el ponto inmenso y las manos extendidas, dirigió a su madre muchos ruegos:
352  ¡Madre! Ya que me pariste de corta vida, el olímpico Zeus altitonante debía honrarme y no lo hace en modo al­guno. El poderoso Agamenón Atrida me ha ultrajado, pues tiene mi recompensa, que él mismo me arrebató.
357 Así dijo derramando lágrimas. Oyóle la veneranda ma­dre desde el fondo del mar, donde se hallaba junto al padre anciano, a inmediatamente emergió de las blanquecinas on­das como niebla, sentóse delante de aquél, que derramaba lágrimas, acariciólo con la mano y le habló de esta manera:
362  ¡Hijo! ¿Por qué lloras? ¿Qué pesar te ha llegado al alma? Habla; no me ocultes lo que piensas, para que ambos lo sepamos.
364 Dando profundos suspiros, contestó Aquiles, el de los pies ligeros:
365  Lo sabes. ¿A qué referirte lo que ya conoces? Fuimos a Teba, la sagrada ciudad de Eetión; la saqueamos, y el bo­tín que trajimos se lo distribuyeron equitativamente los aqueos, separando para el Atrida a Criseide, la de hermosas mejillas. Luego Crises, sacerdote de Apolo, el que hiere de lejos, deseando redimir a su hija, se presentó en las veleras naves aqueas con un inmenso rescate y las ínfulas de Apo­lo, el que hiere de lejos, que pendían de áureo cetro, en la mano; y suplicó a todos los aqueos, y particularmente a los dos Atridas, caudillos de pueblos. Todos los aqueos apro­baron a voces que se respetase al sacerdote y se admitiera el espléndido rescate; mas el Atrida Agamenón, a quien no plugo el acuerdo, to despidió de mal modo y con altaneras voces. El anciano se fue irritado; y Apolo, accediendo a sus ruegos, pues le era muy querido, tiró a los argivos funesta saeta: morían los hombres unos en pos de otros, y las fle­chas del dios volaban por todas partes en el vasto campa­mento de los aqueos. Un adivino bien enterado nos explicó el vaticinio del que hiere de lejos, y yo fui el primero en aconsejar que se aplacara al dios. El Atrida encendióse en ira; y, levantándose, me dirigió una amenaza que ya se ha cumplido. A aquélla los aqueos de ojos vivos la conducen a Crisa en velera nave con presentes para el dios; y a la hija de Briseo, que los aqueos me dieron, unos heraldos se la han llevado ahora mismo de mi tienda. Tú, si puedes, so­corre a tu buen hijo; ve al Olimpo y ruega a Zeus, si alguna vez llevaste consuelo a su corazón con palabras o con obras. Muchas veces, hallándonos en el palacio de mi padre, oí que te gloriabas de haber evitado, tú sola entre los inmortales, una afrentosa desgracia al Cronida, el de las sombrías pu­bes, cuando quisieron atarlo otros dioses olímpicos, Hera, Posidón y Palas Atenea. Tú, oh diosa, acudiste y lo libraste de las ataduras, llamando en seguida al espacioso Olimpo al centímano a quien los dioses nombran Briareo y todos los hombres Egeón, el cual es superior en fuerza a su mismo padre, y se sentó entonces al lado de Zeus, ufano de su glo­ria; temiéronlo los bienaventurados dioses y desistieron del atamiento. Recuérdaselo, siéntate a su lado y abraza sus ro­dillas: quizás decida favorecer a los troyanos y acorralar a los aqueos, que serán muertos entre las popas, cerca del mar; para que todos disfruten de su rey y comprenda el podero­so Agamenón Atrida la falta que ha cometido no honrando al mejor de los aqueos.
413 Respondióle en seguida Tetis, derramando lágrimas:
414  ¡Ay, hijo mío! ¿Por qué te he criado, si en hora aciaga te di a luz? ¡Ojalá estuvieras en las naves sin llanto ni pena, ya que tu vida ha de ser corta, de no larga duración! Ahora eres juntamente de breve vida y el más infortunado de todos. Con hado funesto te parí en el palacio. Yo misma iré al nevado Olimpo y hablaré a Zeus, que se complace en lanzar rayos, por si se deja convencer. Tú quédate en las naves de ligero andar, conserva la cólera contra los aqueos y abstente por en­tero de combatir. Ayer se marchó Zeus al Océano, al país de los probos etíopes, para asistir a un banquete, y todos los dio­ses lo siguieron. De aquí a doce días volverá al Olimpo. En­tonces acudiré a la morada de Zeus, sustentada en bronce; le abrazaré las rodillas, y espero que lograré persuadirlo.
428 Dichas estas palabras partió, dejando a Aquiles con el corazón irritado a causa de la mujer de bella cintura que vio­lentamente y contra su voluntad le habían arrebatado.
430 En tanto, Ulises llegaba a Crisa con las víctimas para la sagrada hecatombe. Cuando arribaron al profundo puerto, amainaron las velas, guardándolas en la negra nave; abatie­ron rápidamente por medio de cuerdas el mástil hasta la cru­jía, y llevaron la nave, a fuerza de remos, al fondeadero. Echaron anclas y ataron las amarras, saltaron a la playa, de­sembarcaron las víctimas de la hecatombe para Apolo, el que hiere de lejos, y Criseide salió de la nave surcadora del pon­to. El ingenioso Ulises llevó la doncella al altar y, poniéndo­la en manos de su padre, dijo:
442  ¡Oh Crises! Envíame al rey de hombres, Agamenón, a traerte la hija y ofrecer en favor de los dánaos una sagrada hecatombe a Febo, para que aplaquemos a este dios que tan deplorables males ha causado a los argivos.
446 Habiendo hablado así, puso en sus manos la hija ama­da, que aquél recibió con alegría. Acto continuo, ordenaron la sagrada hecatombe en torno del bien construido altar, la­váronse las manos y tomaron la mola. Y Crises oró en alta voz y con las manos levantadas:
451  ¡Óyeme, tú que llevas arco de plata, proteges a Cri­sa y a la divina Cila a imperas en Ténedos poderosamente! Me escuchaste cuando te supliqué, y, para honrarme, opri­miste duramente al ejército aqueo; pues ahora cúmpleme este voto: ¡Aleja ya de los dánaos la abominable peste!
457 Así dijo rogando, y Febo Apolo lo oyó. Hecha la roga­tiva y esparcida la mola, cogieron las víctimas por la cabeza, que tiraron hacia atrás, y las degollaron y desollaron; en se­guida cortaron los muslos, y, después de pringarlos con gor­dura por uno y otro lado y de cubrirlos con trozos de carne, el anciano los puso sobre la leña encendida y los roció de vino tinto. Cerca de él, unos jóvenes tenían en las manos asa­dores de cinco puntas. Quemados los muslos, probaron las entrañas, y, dividiendo lo restante en pedazos muy pequeños, lo atravesaron con pinchos, lo asaron cuidadosamente y lo retiraron del fuego. Terminada la faena y dispuesto el ban­quete, comieron, y nadie careció de su respectiva porción. Cuando hubieron satisfecho el deseo de beber y de comer, los mancebos coronaron de vino las crateras y lo distribuye­ron a todos los presentes después de haber ofrecido en co­pas las primicias. Y durante todo el día los aqueos aplacaron al dios con el canto, entonando un hermoso peán a Apolo, el que hiere de lejos, que los oía con el corazón complacido.
475 Cuando el sol se puso y sobrevino la noche, durmie­ron cerca de las amarras de la nave. Mas, así que apareció la hija de la mañana, la Aurora de rosados dedos, hiciéron­se a la mar para volver al espacioso campamento aqueo, y Apolo, el que hiere de lejos, les envió próspero viento. Iza­ron el mástil, descogieron las velas, que hinchó el viento, y las purpúreas olas resonaban en torno de la quilla mientras la nave corría siguiendo su rumbo. Una vez llegados al vas­to campamento de los aqueos, sacaron la negra nave a sie­rra firme y la pusieron en alto sobre la arena, sosteniéndola con grandes maderos. Y luego se dispersaron por las tien­das y los bajeles.
488 El hijo de Peleo y descendiente de Zeus, Aquiles, el de los pies ligeros, seguía irritado en las veleras naves, y ni frecuentaba el ágora donde los varones cobran fama, ni co­operaba a la guerra; sino que consumía su corazón, perma­neciendo en las naves, y echaba de menos la gritería y el combate.
493 Cuando, después de aquel día, apareció la duodéci­ma aurora, los sempiternos dioses volvieron al Olimpo con Zeus a la cabeza. Tetis no olvidó entonces el encargo de su hijo: saliendo de entre las olas del mar, subió muy de mañana al gran cielo y al Olimpo, y halló al largovidente Cronida sentado aparte de los demás dioses en la más alta de las muchas cumbres del monte. Acomodóse ante él, abrazó sus rodillas con la mano izquierda, tocóle la barba con la derecha y dirigió esta súplica al soberano Zeus Cro­nión:
503  ¡Padre Zeus! Si alguna vez te fui útil entre los in­mortales con palabras a obras, cúmpleme este voto: Hon­ra a mi hijo, el héroe de más breve vida, pues el rey de hombres, Agamenón, lo ha ultrajado, arrebatándole la re­compensa que todavía retiene. Véngalo tú, próvido Zeus Olímpico, concediendo la victoria a los troyanos hasta que los aqueos den satisfacción a mi hijo y lo colmen de ho­nores.
511 Así dijo. Zeus, que amontona las nubes, nada contestó guardando silencio un buen rato. Pero Tetis, que seguía como cuando abrazó sus rodillas, le suplicó de nuevo:
514  Prométemelo claramente, asintiendo, o niégamelo  pues en ti no cabe el temor  para que sepa cuán des­preciada soy entre todas las deidades.
517 Zeus, que amontona las nubes, díjole afligidísimo:
518 ¡Funestas acciones! Pues harás que me malquiste con Hera, cuando me zahiera con injuriosas palabras. Sin motivo me riñe siempre ante los inmortales dioses, porque dice que en las batallas favorezco a los troyanos. Pero ahora vete, no sea que Hera advierta algo; yo me cuidaré de que esto se cumpla. Y si lo deseas, te haré con la cabeza la señal de asen­timiento para que tengas confianza. Éste es el signo más se­guro, irrevocable y veraz para los inmortales; y no deja de efectuarse aquello a que asiento con la cabeza.
528 Dijo el Cronida, y bajó las negras cejas en señal de asen­timiento; los divinos cabellos se agitaron en la cabeza del so­berano inmortal, y a su intlujo estremecióse el dilatado Olimpo.
531 Después de deliberar así, se separaron: ella saltó al pro­fundo mar desde el resplandeciente Olimpo, y Zeus volvió a su palacio. Todos los dioses se levantaron al ver a su pa­dre, y ninguno aguardó que llegara, sino que todos salieron a su encuentro. Sentóse Zeus en el trono; y Hera, que, por haberlo visto, no ignoraba que Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar, con él había departido, dirigió al momento injuriosas palabras a Zeus Cronida:
540  ¿Cuál de las deidades, oh doloso, ha conversado con­tigo? Siempre te es grato, cuando estás lejos de mí, pensar y resolver algo secretamente, y jamás te has dignado decirme una sola palabra de to que acuerdas.
544 Respondióle el padre de los hombres y de los dioses:
545  ¡Hera! No esperes conocer todas mis decisiones, pues te resultará difícil aun siendo mi esposa. Lo que pueda de­cirse, ningún dios ni hombre lo sabrá antes que tú; pero lo que quiera resolver sin contar con los dioses, no lo pregun­tes ni procures averiguarlo.
551 Replicó en seguida Hera veneranda, la de ojos de no­villa:
552  ¡Terribilísimo Cronida, qué palabras proferiste! No será mucho lo que te haya preguntado o querido averiguar, puesto que muy tranquilo meditas cuanto te place. Mas aho­ra mucho recela mi corazón que te haya seducido Tetis, la de argénteos pies, hija del anciano del mar. A1 amanecer el día sentóse cerca de ti y abrazó tus rodillas; y pienso que le habrás prometido, asintiendo, honrar a Aquiles y causar gran matanza junto a las naves aqueas.
560 Y contestándole, Zeus, que amontona las nubes, le dijo:
561  ¡Ah, desdichada! Siempre sospechas y de ti no me oculto. Nada, empero, podrás conseguir sino alejarte de mi corazón; lo cual todavía te será más duro. Si es cierto lo que sospechas, así debe de serme grato. Pero siéntate en silencio y obedece mis palabras. No sea que no te valgan cuantos dio­ses hay en el Olimpo, acercándose a ti, cuando te ponga en­cima mis invictas manos.
569 Así dijo. Temió Hera veneranda, la de ojos de novilla, y, refrenando el coraje, sentóse en silencio. Indignáronse en el palacio de Zeus los dioses celestiales. Y Hefesto, el ilustre artífice, comenzó a arengarlos para consolar a su madre Hera, la de los níveos brazos:
573  Funesto a insoportable será lo que ocurra, si voso­tros disputáis así por los mortales y promovéis alborotos en­tre los dioses; ni siquiera en el banquete se hallará placer alguno, porque prevalece lo peor. Yo aconsejo a mi madre, aunque ya ella tiene juicio, que obsequie al padre querido, a Zeus, para que no vuelva a reñirla y a turbarnos el festín. Pues, si el Olímpico fulminador quiere echarnos del asien­to... nos aventaja mucho en poder. Pero halágalo con pala­bras cariñosas y en seguida el Olímpico nos será propicio.
584 De este modo habló y, tomando una copa de doble asa, ofrecióla a su madre, diciendo:
586  Sufre, madre mía, y sopórtalo todo, aunque estés afli­gida; que a ti, tan querida, no lo vean mis ojos apaleada sin que pueda socorrerte, porque es difícil contrarrestar al Olím­pico. Ya otra vez que quise defenderte me asió por el pie y me arrojó de los divinos umbrales. Todo el día fui rodando y a la puesta del sol caí en Lemnos. Un poco de vida me quedaba y los sinties me recogieron tan pronto como hube caído.
595 Así dijo. Sonrióse Hera, la diosa de los níveos brazos; y, sonriente aún, tomó la copa que su hijo le presentaba. He­festo se puso a escanciar dulce néctar para las otras deidades, sacándolo de la cratera; y una risa inextinguible se alzó en­tre los bienaventurados dioses viendo con qué afán los ser­vía en el palacio.
601 Todo el día, hasta la puesta del sol, celebraron el fes­tín; y nadie careció de su respectiva porción, ni faltó la her­mosa cítara que tañía Apolo, ni las Musas que con linda voz cantaban alternando.
605 Mas, cuando la fúlgida luz del sol llegó al ocaso, los dioses fueron a recogerse a sus respectivos palacios, que ha­bía construido Hefesto, el ilustre cojo de ambos pies, con sa­bia inteligencia. Zeus olímpico, fulminador, se encaminó al lecho donde acostumbraba dormir cuando el dulce sueño le vencía. Subió y acostóse; y a su lado descansó Hera, la de áureo trono.

5° Científico.Temas prueba parcial


Alumnos de 5° científico: subo el blog en forma especificada los temas de la prueba que dicté la clase anteriemor, también subo el canto I de La Ilíada de Homero para comparar el tema de la peste tebana y el personaje del adivino Calcas.

Tema1. Prólogo.
Diálogo entre Edipo y el sacerdote. Funciones del prólogo. Parte de la leyenda que retoma la bora. Descripción de la peste y su significación. Importancia del personaje del sacerdote.
Comparación con la peste en La Ilíada de Homero (aclarar diferencia de género)

Tema 2. Prólogo.
Diálogo entre Edipo y Creón. La respuesta de Apolo. La actitud de Edipo ante la respuesta de Creón.

Tema 3. EpisodioI
Diálogo estíquico entre Edipo y Tiresias. Importancia de la figura del adivino.Diferentes actitudes de Edipo ante el personaje.
Tiresias y Edipo: personajes ¿antitéticos o similares?
Comparación entre la actitud de Tiresias y Calcas ante la interrogación de sus jefes.

Tema 4. Episodio II
Diálogo entre Yocasta y Edipo. La interrogración de Edipo ante Yocasta y la actitud  desconfiada del personaje ante los oráculos.

Tema 5. Episodios III IV
Conceptos de peripecia y anagnórisis (según la definición de Aristóteles) aplicados a los personajes de Yocasta y Edipo.

Observación: se desarrollará un solo tema jerarquizando el tiempo para elaborar una introducción con los conceptos teóricos pertinentes a tragedia griega los que deben estar tratados con precisión y solvencia

6 de junio de 2016

6°SE Etapas del romanticismo francés.

  1. ROMANTICISMO.

PRE ROMANTICISMO Y ROMANTICISMO.
El siglo XVIII fue en cuanto al tema de los períodos literarios, una época complicada, no hubo ningún estilo que haya ejercido un dominio homogéneo y prolongado.
Algunos, casi inaceptablemente, han generalizado las manifestaciones literarias de dicho siglo con el nombre de “rococó”, concepto de las artes plásticas que fue considerado como el elemento fundamental de todos los autores del siglo XVIII.
El rococó tiene que ser considerado como una de las líneas de fuerza, uno de los componentes artísticos del siglo XVIII, la expresión de ciertos aspectos de la sensibilidad y el espíritu de la época.
En cuanto a sus características podemos citar la visión trágica del a vida, el gusto por la naturaleza sencilla y tranquila, escenario de elegantes y voluptuosas fiestas y de tiernos idilio, concepción de la vida como un ensueño de felicidad, valorización de la intimidad en la vida y en el arte, precisismo estilístico , graciosidad, pulidez, frívola elegancia, erotismo refinado.
El concepto de pre romanticismo data de las primeras décadas del siglo XX y fue defendido por Paul Van Tieghem, el concepto abarca las tendencias estéticas y las manifestaciones de sensibilidad que en el siglo XVIII se apartan de los cánones neoclásicos, anunciando el romanticismo, ello no significa que el pre romanticismo sea sólo una preparación para el romanticismo y que carezca de rasgos propios.
El pre romanticismo no tiene la homogeneidad de una escuela literaria ni presenta un concepto sistemático de doctrinas, ello no significa que carezca de contenido pues aparecen en el siglo XVIII nuevos conceptos estéticos, temática nueva y nueva sensibilidad. Los países donde floreció el pre romanticismo fueron Inglaterra (Young, (Night thouhts),de Richardson, Gray, Macplerson), Alemania con el movimiento “Sturn und Drang, Francia con Diderot, Saint Pierre, Rousseau.
En cuanto a sus características podemos citar:
La valorización del sentimiento: el corazón triunfa del racionalismo ilustracionista y se convierte en al fuente por excelencia de los valores humanos. La sensibilidad es el más legítimo título de las almas, la vida moral es regida por el sentimiento y los derechos del corazón.
La literatura divulga los secretos de la intimidad humana, sin pudor; es la primera generación europea de egoísta, los pre románticos crean una literatura confesionalista, provoca violentas reacciones afectivas en los lectores de la época, si citamos un ejemplo encontramos la novela “Werther” de Goethe publicada en 1774 que originó tras su lectura una ronda de suicidios en los jóvenes alemanes.
Esta nueva sensibilidad presenta un carácter tierno y tranquilo, una suave emoción que provoca el paisaje o un recuerdo, en algunos casos esto cede a la desesperación y a la angustia, a la agitación sombría y entonces el poeta se complace en visiones lúgubres, paisajes nocturnos, agrestes y solitarios-
Se observa la predilección por los dolorosos presagios, sueños aciagos, muerte, poesía de la noche y de las tumbas, meditación sobre la muerte, sepulcros.
El pre romanticismo presenta una nueva visión del paisaje y de la naturaleza ya no se trata de más capacidad descriptiva del mundo exterior como una visión del paisaje: entre la naturaleza y el “yo” se establecen relaciones afectivas: lagos, árboles, montañas se asocian a los estados del alma y el escritor vuelca en ellos emociones y sueños.
A esta literatura pre romántica se le debe la revelación de la belleza melancólica del otoño elegíaco y solitario, de hojas caídas, sol pálido y crepúsculos heridos.
Se manifiesta un declive de las influencias greco latinas y de las imposiciones del clasicismo del siglo XVIII.

Se define el Romanticismo como un vasto movimiento de la cultura europea que iniciándose en los países nórdicos y progresando hacia el sur y el Mediterráneo, abarcó durante casi siglo y medio (segunda mitad del siglo XVIII y el siglo XIX) todo el viejo continente.
En cuanto al vocablo “romántico” el mismo tiene una historia compleja, proviene del adverbio latino “romanice” que significaba a la manera de los romanos, se derivó en francés al vocablo “romanz” escrito Román (siglo XII) y roman (siglo XVII); la palabra rommant designó primero la lengua vulgar frente al latín, pasando a designar cierta especie de composición literaria escrita en lengua vulgar, cuyos temas consistían en complicadas aventuras heroicas o galantes.
En Italia como en Francia, donde el romanticismo es tardío en relación con las literaturas inglesa y alemana, existen grupos románticos que se oponen a escritores clásicos, desde 1816 a 1820 respectivamente, las manifestaciones del romanticismo francés se producen más tarde, la publicación de “Cromwell” de Víctor Hugo en 1827 y la batalla de “Hernani” de 1830.
En cuanto a la literatura alemana el romanticismo se da en oposición al arte clásico en aquella famosa frase de Goethe (1749 1832) “lo clásico es la salud, y lo romántico es la enfermedad” oponiendo así el equilibrio a la agitación. En ese país el romanticismo se afirma desde fines del siglo XVIII con la revista Athenaeum de 1789.
El romanticismo presenta una nueva concepción del yo: la teoría elaborada por la filosofía germánica por Johann Gottlieb Fichte (1762-1814), y por Friedrich Wilhelm Joseph von Schelling (1775-1854), esta teoría es uno de los elementos dorsales del romanticismo alemán. Para Fichte el yo constituye la realidad primordial y absoluta, el yo se afirma así mismo, es un yo absoluto.
Este teoría fue tomada erróneamente por los románticos que identificaron ese yo puro con el yo del individuo, con el genio individual, para los ellos el espíritu humano constituye una entidad dotada de actividad, que tiende al infinito, que rompe con los límites, búsqueda incesante del absoluto, hay una energía del yo y ansias de absoluto.
El mundo romántico se opone al mundo humanístico y al ilustracionista, este nuevo mundo está abierto a lo sobrenatural y al misterio. Nada de lo que es visible y palpable representa la realidad verdadera, la realidad auténtica no es perceptible a los sentidos.
Relacionado con ello aparece la palabra Sehnsucht, término alemán que significa “la nostalgia de algo distante” en el tiempo y en el espacio, el carácter específico del arte romántico consiste en no alcanzar jamás la perfección, los personajes románticos se sienten atraídos por un anhelo indefinible, persiguen un ideal recóndito y distante.
En cuanto al hombre romántico se presenta con un declarado tiranismo, rebelde, altivo y desdeñoso, en contra de las leyes y los límites, desafían a la sociedad y a Dios mismo. Prometeo es la figura mítica que los románticos exaltan con frecuencia, como símbolo de la condición titánica del hombre.
También Satán se convirtió en otro símbolo para los románticos, proclamando la gloria y la grandeza de su desafío al creador. Otros personajes tomados como símbolos fue Caín, y Don Juan personaje del teatro del1600.
En el hombre fatal del romanticismo vemos muchas características de Satán: desde la fisonomía (faz pálida, mirada impiadosa) hasta el temperamento y los rasgos psíquicos y morales (melancolía indesarraigable, desesperación, rebeldía, inclinación a la destrucción y al mal.
Otras veces son las figuras de los poetas geniales, desgraciados y perseguidos por la sociedad, condenados a la soledad, incomprendidos por los hombres y que desafían al destino, lo que los poetas exaltan como símbolo de la aventura titánica del hombre.
Del fracaso de su aventura, de la imposibilidad de realizar el absoluto nacen el pesimismo, la melancolía y la desesperación, la búsqueda de la soledad.
El mal du siecle, la indefinible enfermedad que les llena de tedio la vida y les hace desear la muerte expresan el cansancio y la frustración que resultan de la imposibilidad de realizar el absoluto.
La ironía es otro elemento importante del romanticismo, que nace de la conciencia del carácter antinómico de la realidad y constituye una actitud de superación por parte del yo, de las contradicciones de la realidad, del perpetuo conflicto entre lo absoluto y lo relativo. El arte, exige del creador una actitud de ironía, de distanciamiento, de superioridad frente a la obra creada.
Se observan ansias de evasión que provienen de su conflicto con la sociedad, esa evasión se da al ensueño, a lo fantástico, a la orgía, a la disipación, al espacio y al tiempo. La evasión al espacio se reveló en el exotismo que se combinó con el color local, con la fiel reproducción de los aspectos característicos de un país; y la evasión en el tiempo condujo a la glorificación de la Edad media, dejada de lado por el racionalismo ilustracionista, Esta edad atraía con lo pintoresco de sus usos y costumbres, con el misterio de sus leyendas y traiciones, con su belleza nostálgica de sus castillos, con el idealismo de sus tipos humanos más relevantes.






  1. EL ROMANTICISMO EN FRANCIA.


El Romanticismo francés, del cual nos ocupamos por incluir en este eje temático al poeta Charles Baudealire (1821 - 1867) ocupa en el proceso de consolidación del movimiento una posición intermedia. En 1800 cuando comienzan a definirse en Francia las ideas y las obras románticas, Inglaterra con Worsworth y Coleridge, Alemania con el “Sturm und Drang” Goethe y su “Werther” (1774) ya señalado anteriormente, el teatro de Schiller, la poesía de Novalis ya habían dado mucho de su mejor romanticismo. Igualmente en el siglo XVIII en Francia se observaba un claro rechazo a las reglas de los clásicos, a la admiración de los antiguos, en Diderot y Rousseau, entre otros se dan rasgos que serán fundamentales para el espíritu romántico, el individualismo, el sentimiento de la naturaleza y la exaltación de la sensibilidad.
En la evolución el romanticismo francés podemos distinguir tres etapas: la primera llamada de iniciación y dominada por las figuras de Chateaubriand y Mme Stael, y por la formación de toda una sensibilidad colectiva que se llamó “el mal del siglo”.
La segunda etapa de pleno desarrollo del movimiento donde se libra “la batalla romántica” (1820- 1830) Recordemos que es en esta etapa donde el poeta Víctor Hugo publica su drama histórico “Cromwell” El prefacio que Hugo redactó en 1827 para este drama se convirtió inmediatamente en el manifiesto del teatro romántico. En él realizaba un encendido llamamiento a la liberación de las restricciones impuestas por el clasicismo. El texto se divide en tres partes: una primera de rechazo a las reglas aristotélicas de unidad de lugar y tiempo, una segunda que recomienda conservar la regla de la unidad de acción y una tercera que proclama el derecho y deber de todo arte de representar la realidad en todos sus aspectos. El nuevo drama romántico francés que inaugura Hugo con sus teorías se caracteriza por la incorporación de lo feo y lo grotesco a la escena teatral, por una mayor preocupación por el color local y sobre todo por la mezcla de elementos cómicos y trágicos.
También a esta época pertenece otra obra del autor representativa de la batalla romántica “Hernani” de 1830.
La tercera etapa corresponde a la aceptación del movimiento (1830. 1843) donde el movimiento pasa desintegrarse como tal y dar lugar a otras corrientes que se estudiarán más adelante.
Observando estas tres etapas del romanticismo francés podemos deducir la aparición tardía dentro del movimiento del libro “Las flores del mal “publicado en 1857 con lo que resulta imposible concebir a la figura del poeta Charles Baudelaire dentro del romanticismo propiamente dicho.


  1. UBICACIÒN DE BAUDEALIRE EN EL ROMANTICISMO FRANCÈS.

Las flores del mal” de Charles Baudealire se publican en 1857 y algo que nadie podía sospechar en ese momento cambió para siempre. La poesía tomó un rumbo tan inesperado con si el Sena desviara su curso. Podemos decir que la aparición del autor se da en una Romanticismo que ya decaía por eso podemos decir que ubicamos al autor casi después de la tercer etapa del movimiento en Francia.
El libro se publicó con un tiraje de 1320 ejemplares y constaba de 101 poemas, pero esta primera edición está lejos de la que se conoce actualmente. En 1861 incorporó 35 títulos. Fue el libro al que Baudelaire le dedicó toda su vida, incluso hay textos que se publicaron después de su muerte.
Según las palabras del autor “el único elogio que solicito para este libro es el de que se reconozca que no consiste en un puro álbum, que tiene comienzo y fin. Todos los poemas nuevos se han hecho para ser adaptados a un cuadro singular que yo había escogido”
El autor manejó algunos títulos hasta llegar el definitivo: “Me pareció entonces más interesante y tanto más agradable cuanto más difícil, tratar de extraer la belleza del mal”.
El libro contiene una dedicatoria al poeta Theòphile Gauthier: AL POETA IMPECABLE Al perfecto mago en las letras francesas. A mi muy caro y muy venerado MAESTRO Y AMIGO con los sentimientos de la más profunda humildad dedico ESTAS FLORES ENFERMIZAS.
Presenta además un poema introductorio “Al lector “y un poema que cierra el libro “Epígrafe para un libro condenado”, entre ambos aparecen seis secciones:
  • Spleen et Ideal.
  • Cuadros parisinos.
  • El vino.
  • Las flores del mal.
  • Revolución.
  • La muerte.

En nuestra propuesta los dos de los poemas seleccionados pertenecen a Cuadros parisinos (“Paisaje”, “El crepúsculo de la tarde”).
Esta sección fue agregada en la segunda edición del libro: no figuraba en la primera de 1857.
La protagonista de todo el libro y especialmente de esta sección es la ciudad, y especialmente París. Quizás nada para él podría ser entendido fuera de los reconocibles límites de París. Recordamos las palabras de Balzac cuando al comienzo de la novela “Papa Goriot” (1852) se preguntaba “¿será comprendida más allá de París? Con Baudelaire ocurre lo mismo: muestra de ella su grandeza y su estupidez.
Con respecto a su visión de la naturaleza y de la ciudad el poeta ha señalado: “ …yo no soy incapaz de enternecerme con los vegetales, y mi alma es rebelde a esta nueva y singular religión… siempre he pensado que existe en la Naturaleza, floreciente y rejuvenecida, algo de impúdico y de afligente…En el fondo de los bosques, encerrado bajo sus bóvedas similares a las de las sacristías y de las catedrales, yo pienso en nuestras estupefacientes ciudades, y la prodigiosa música que corre a lo largo de las cimas, me parece la traducción de lamentos humanos”. Recordemos el primer verso del poema “Paisaje” que se analizará más adelante “quisiera yo componer mis églogas más puras” y quedan explicadas estas palabras del autor.
La mirada hacia la ciudad es de una profunda piedad hacia los desamparados, los viejos, los enfermos, los desahuciados, los más desvalidos, de ahí que el autor señalara de la ciudad “: París centro e irradiación de la estupidez humana”.
La crítica coincide en señalar el tema ciudadano como una de las renovaciones más perdurables que Baudelaire introdujo en la poesía del siglo XIX. Es él el primer poeta de la ciudad. Pasar de los amplios panoramas de la poesía de Vigny y de Víctor Hugo a la de las Flores del mal es después de recorrer vastos paisajes de bosques y montañas, penetrar en una habitación secreta de íntimos y umbrosos ecos, con penumbra de lámparas, destellos de joyas, cristales y desnudeces lustrosas, sensualidad de pieles y perfumes refinados, a través del balcón, la ciudad dormida y silenciosa. Su mundo ideal está figurado como una arquitectura, porque su mundo real es una arquitectura, una naturaleza urbana, es decir, una naturaleza que no es más naturaleza.
Pero este cambio en el decorado, no es solamente tal, sino una necesaria renovación del mundo poético, una re invención del mismo. Las imágenes bucólicas, las comparaciones y metáforas que transcurrían en parques abandonados y al borde de los lagos no sirven para recrear poéticamente el mundo ciudadano. Según Eliot, el autor dio nuevas posibilidades a la poesía en una nueva provisión de imágenes de la vida contemporánea. No es simplemente usar imágenes de la vida ordinaria, al usar imágenes de la vida sórdida de una gran metrópoli sino al elevar tales imágenes a la primera intensidad, presentándolas como son, y sin embargo haciéndolas representar algo mucho más que ellas mismas.
Baudelaire rechaza la naturaleza y escoge la ciudad para pensar su poesía, porque es aquí, en una creación del hombre, en un ambiente anti natural muchas veces corrompido, donde encuentra más amplios ecos su meditación sobre el mal. El ángel caído, lleno de nostalgia por el paraíso primero y natural, reflexiona en este corazón ciudadano que se ha alejado de la naturaleza primitiva, para profundizar en el desarraigo esencial en el que ha crecido la cultura del hombre moderno; el pecado original.
Es por eso quizás, que los habitantes del París de Baudelaire poseen ese rasgo común de desheredados, de testigos nostálgicos de un mundo del que son extranjeros, figuras de anónimo pasado, y sin futuro, casi inmóviles: los mendigos, los ciegos, los ancianos, las viudas, las prostitutas, los borrachos.
En el tema de la ciudad se cumple además una noción del romanticismo propia de Baudealaire y compartida por Stendhal, como la “expresión más reciente, más actual de lo bello” Baudelaire ha mostrado por primera vez la belleza de la ciudad. Recordemos el siguiente párrafo “El heroísmo de la vida moderna”





6°SE Romanticismo francés:etapas. Selección poemas de Víctor Hugo.

SELECCIÓN DE POEMAS DE VICTOR HUGO.
DE: Las Contemplaciones.


Sale al campo el poeta; allí admira y adora
escuchando la lira que en su pecho resuena;
cuando ven que se acerca, hete aquí que las flores,
las que pálido dejan el color del rubí,
más vistosas incluso que los pavos reales,
o, doradas o azules, las minúsculas flores,
le reciben moviendo en el aire sus tallos,
se ensimisman, coquetas, sin dejar de mirarlo,
y, beldades al fin, dando cierta confianza.
Mira, dicen, ahí viene quien suspira por vernos.
Y entre luces y sombras, y entre voces confusas,
esos árboles altos habitantes del bosque,
cual profundos ancianos, arces, tejos y tilos,
sauces llenos de arrugas, venerables encinas,
olmos negros con musgo que se pega a su cuerpo,
como ulemas sumisos al pasar el muftí
le saludan rendidos inclinando hasta el suelo
sus cabezas de fronda y sus barbas de hiedra
contemplando su frente de fulgores serenos
y susurran: ¡Es él! ¡Es aquel soñador!


De: Las Contemplaciones.








A André Chénier (14)
Sí, mi verso bien puede, sin temor de ir a menos,
adoptar de la prosa la llaneza de estilo.
Es verdad, André, yo a veces mezclo risas al canto.
¿Que por qué? Siendo joven y al tratar de leer
en el libro espantable de las aguas y bosques
yo vivía en un parque (15) muy sombrío en el cual
parloteaban los pájaros, donde el llanto sonreía
en los ojos azules de la hierba doncella.
Cierto día en que yo solitario soñaba
entre el verde ramaje, un pardillo encargado
de la crónica agreste fue a decirme: También
hay que andar por la tierra. La Natura es burlona
si rodea a los hombres; oh, poeta, tus cantos,
pues los nombras así, fueran más parecidos
deshinchando la voz. Porque piensa que el bosque
desde luego suspira, mas también silba a veces.
El azul brilla cuando lo desgarra la risa.
No decae el Olimpo cuando ríe a sus anchas;
no, no creas que mengua del poeta el talento
cuando dejas pasar entre dos versos nobles
una alada palabra danzarina sin más.
Porque no es un llorón el delirio del viento;
como el mar y sus olas no desgranan romanzas.
Entre siglos y noches la creación hermanando
lo risueño y lo grave, Rabelais y Alighieri,
el siniestro Ugolino (16) al titán Grandgousier (17),
une al llanto del mundo risotadas inmensas.


De: Las Contemplaciones.


Lise
Yo tenía doce años; dieciséis ella al menos.
Alguien que era mayor cuando yo era pequeño.
Al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas,
esperaba el momento en que se iba su madre;
luego con una silla me acercaba a su silla,
al caer de la tarde, para hablarle a mis anchas.
¡Cuánta flor la de aquellas primaveras marchitas,
cuánta hoguera sin fuego, cuánta tumba cerrada!
¿Quién se acuerda de aquellos corazones de antaño?
¿Quién se acuerda de rosas florecidas ayer?
Yo sé que ella me amaba. Yo la amaba también.
Fuimos dos niños puros, dos perfumes, dos luces.
Ángel, hada y princesa la hizo Dios. Dado que era
ya persona mayor, yo le hacía preguntas
de manera incesante por el solo placer
de decirle: ¿Por qué? Y recuerdo que a veces,
temerosa, evitaba mi mirada pletórica
de mis sueños, y entonces se quedaba abstraída.
Yo quería lucir mi saber infantil,
la pelota, mis juegos y mis ágiles trompos;
me sentía orgulloso de aprender mi latín;
le enseñaba mi Fedro, mi Virgilio, la vida
era un reto, imposible que algo me hiciera daño.
Puesto que era mi padre general, presumía.
Las mujeres también necesitan leer
en la iglesia en latín, deletreando y soñando;
y yo le traducía algún que otro versículo,
inclinándome así sobre su libro abierto.
El domingo, en las vísperas, desplegar su ala blanca
sobre nuestras cabezas yo veía a los ángeles.
De mí siempre decía: ¡Todavía es un niño!
Yo solía llamarla mademoiselle Lise.
Y a menudo en la iglesia, ante un salmo difícil,
me inclinaba feliz sobre su libro abierto.
Y hasta un día, ¡Dios mío, Tú lo viste!, mis labios
hechos fuego rozaron sus mejillas en flor.
Juveniles amores, que duraron tan poco,
sois el alba de nuestro corazón, hechizad
a aquel niño que fuimos con un éxtasis único.
Y al caer de la tarde, cuando llega el dolor,
consolad nuestras almas, deslumbradas aún,
juveniles amores, que duraron tan poco.


De: Las Contemplaciones.










Feliz es quien se ocupa del eterno destino
y, viajero que parte con las luces del alba,
se despierta, aún el alma pululante de sueños
y ya desde la aurora reza y lee. Nace el día
lentamente, a medida que adelanta en las páginas,
y amanece en el cielo y en su mente a la vez.
Claramente distingue en aquella luz pálida
lo que existe en su alcoba, lo que existe en sí mismo;
todo duerme en la casa , él supone estar solo
y no obstante , sellando con un dedo sus labios,
a su espalda, y al tiempo que él se embriaga con éxtasis
sobre el libro se inclinan sonrientes los ángeles.
De: Las Contemplaciones.




Él decía a su amada: Si pudiéramos ir
los dos juntos, el alma rebosante de fe,
con fulgores extraños en el fiel corazón,
ebrios de éxtasis dulces y de melancolía,
hasta hacer que se rompan los mil nudos con que ata
la ciudad nuestra vida; si nos fuera posible
salir de este París triste y loco, huiríamos;
no se adónde, a cualquier ignorado lugar,
lejos de vanos ruidos, de los odios y envidias,
a buscar un rincón donde crece la hierba,
donde hay árboles y hay una casa chiquita
con sus flores y un poco de silencio, y también
soledad, y en la altura cielo azul y la música
de algún pájaro que se ha posado en las tejas,
y un alivio de sombra... ¿Crees que acaso podemos
tener necesidad de otra cosa en el mundo?


Adquirió la costumbre cuando aún era muy niña
de entrar cada mañana un ratito en mi cuarto;
la esperaba lo mismo que a la luz de la aurora;
ella entraba y decía: Buenos días, papá;
y cogía mi pluma y hojeaba mis libros,
se sentaba en mi cama, revolvía papeles,
se reía; de pronto decidía marcharse
como haciéndome ver que era un ave de paso.
Reanudaba yo entonces, algo menos cansado,
mi tarea, y a veces, cuando estaba escribiendo,
entre mis manuscritos encontraba algún raro
arabesco bien suyo, y a menudo arrugadas
muchas páginas blancas donde, no sé por qué,
versos míos nacían de una música dulce.
Dios, las flores, los astros y los prados amaba,
era más un espíritu que una simple mujer.
En sus ojos había claridades de su alma,
me pedía consejo sobre todas las cosas.
¡Cuántas noches de invierno deliciosas, radiantes
conversando de historia, de gramática y lengua,
apiñados los cuatro junto a mí, muy cercana
de mis hijos su madre, y a la vera del fuego
un corrillo de amigos! ¡Yo llamaba a esta vida
contentarse con poco! ¡Y pensar que ella ha muerto!
¡Ay de mí, Dios me asista! Yo no pude tener
alegría jamás viendo en ella tristeza;
taciturno quedaba en mitad de los bailes
de haber visto al salir una sombra en sus ojos.
Noviembre de 1846, día de difuntos.


De «Las contemplaciones»


Veni, vidi, vixi
Demasiado he vivido, ya que en medio de lutos
ando sin encontrar el apoyo de un brazo,
ya que apenas sonrío cuando estoy entre niños,
ya que ver unas flores ni siquiera me alegra.
Ya que cuando en abril Dios convida a su fiesta,
taciturno presencio tan espléndido amor;
porque ya soy un hombre que rehuye la luz
y que siente de todo la tristeza secreta.
Ya que ha sido vencida la esperanza en mí mismo;
ya que en esta estación de perfumes y rosas
¡oh, hija mía! (19), suspiro por tu oscuro reposo.
Muerto está el corazón, demasiado he vivido.
No he querido negarme al quehacer en la tierra.
¿Surco propio? Aquí está. ¿Mi gavilla? Ésta es.
Sonriendo he vivido, cada vez más humano,
siempre en pie, más mirando hacia donde hay misterio.
Hice cuanto podía: he servido, he velado,
se han reído a menudo de mi pena y esfuerzo.
Me asombraba saber que era objeto del odio
tras de mucho sufrir, tras de mucho trabajo.
En la cárcel terrena donde no hay ala abierta.
sin quejarme, sangrando y caído por tierra,
triste, exhausto, el escarnio de los otros forzados
yo llevé mi eslabón de la eterna cadena.
Pero ahora tan sólo entreabro los ojos,
ni me vuelvo siquiera cuando me oigo nombrar;
el hastío y el pasmo me dominan, como alguien
que abandona su lecho sin haberse dormido.
En mi amarga pereza no me digno increpar
a la boca envidiosa que conmigo se ensaña.
¡Oh, Señor! Que las puertas de la noche se me abran,
para que al fin me vaya, para que me oscurezca.




De «Las contemplaciones»




Con el alba, mañana, cuando el campo blanquee,
voy a irme. Sé bien que me estás esperando.
Andaré por los bosques, cruzaré las montañas.
Porque lejos de ti ya no puedo seguir.
Andaré con los ojos fijos en lo que piense,
sin ver nada de fuera, sin oír ningún ruido,
solitario, encorvado, con las manos cruzadas,
triste, anónimo, el día será igual que la noche.
No veré ni los oros de la tarde que cae,
ni a lo lejos las velas dirigiéndome a Harfleur,
y al llegar dejaré en tu tumba unas ramas
del acebo más verde y de brezos en flor.
De «Las contemplaciones»
Caía de la roca el manantial
gota a gota en el pavoroso mar.
El océano que es fatal al nauta,
le dijo: Di, llorona, ¿tú que quieres?
Yo soy la tempestad, soy el espanto;
termino allí donde comienza el cielo.
¿Te necesito acaso siendo tú
tan pequeña cuando yo soy inmenso?
Respondió el manantial al mar amargo:
Sin gloria y sin estrépito te doy,
oh vasto mar, lo que tú nunca tienes:
un poco de agua para que alguien beba.
Victor Hugo: El mendigo
Era un pobre que andaba en la escarcha y el viento.
Golpeé mi cristal; se detuvo delante
de mi puerta, que abrí con un gesto cortés.
Regresaban los asnos del mercado del pueblo,
con labriegos sentados en las toscas albardas.
Era el viejo que vive en aquella casucha
que está al pie de la cuesta, y que sueña esperando,
solitario, una luz de ese cielo tan triste,
de la tierra unos céntimos, el que tiende sus manos
hacia el hombre y las junta conversando con Dios.
Le grité: Puede entrar y caliéntese un poco.
Quise saber su nombre. Él tan sólo me dijo:
Yo me llamo el mendigo. Le cogí de la mano:
Adelante, buen hombre. Y ordené que trajeran
una jarra de leche. El anciano temblaba
por el frío; me hablaba, mientras yo, pensativo,
aunque hablándole, no conseguía escucharle.
Viene todo empapado, dije, tienda su ropa
aquí junto al hogar. Se arrimó más al fuego.
Vi su abrigo comido por polillas, que antaño
fuera azul, desplegado al calor de las llamas,
con mil puntos brillantes agujeros de luz
que mostraba el fulgor, ante la chimenea
como un cielo nocturno salpicado de estrellas.
Y entretanto secaba sus andrajos, chorreantes
de la lluvia y del agua de las hondas barrancas,
le veía como alguien que rebosa oraciones
y miraba, insensible a lo que ambos decíamos,
su sayal, refulgente de mil constelaciones.
Ave, dea, moriturus te salutat
A Judith Gautier
La belleza y la muerte son dos cosas profundas,
con tal parte de sombra y de azul que diríanse
dos hermanas terribles a la par que fecundas,
con el mismo secreto, con idéntico enigma.
Oh, mujeres, oh voces, oh miradas, cabellos,
trenzas rubias, brillad, yo me muero, tened
luz, amor, sed las perlas que el mar mezcla a sus aguas,
aves hechas de luz en los bosques sombríos.
Más cercanos, Judith, están nuestros destinos
de lo que se supone al ver nuestros dos rostros;
el abismo divino aparece en tus ojos,
y yo siento la sima estrellada en el alma;
mas del cielo los dos sé que estamos muy cerca,
tú porque eres hermosa, yo porque soy muy viejo.